La proliferación de parques eólicos en nuestro entorno, nos convierte en observadores privilegiados de un nuevo proceso de incorporación al territorio de realidades inéditas. A pesar de que el nivel de impacto asociado a la explotación eólica es muy inferior al derivado de la producción de energía a partir de fuentes “no renovables”, una instalación eólica genera tensiones físicas sobre su entorno. El impacto derivado de la percepción del paisaje, en el que lo objetivo y lo subjetivo se interrelacionan, es uno de los más complejos. Ante la inminente saturación de los enclaves potencialmente idóneos y debido al nivel de desarrollo tecnológico alcanzado, se comienza a plantear la explotación del viento en áreas, hasta ahora vírgenes, como la superficie marina o los propios núcleos urbanos. La preservación del equilibrio en estos escenarios de futuro demandará la concepción de soluciones novedosas. Una correcta planificación puede minimizar el impacto asociado a una instalación eólica. Sólo si somos capaces de articular respuestas válidas y establecer una dialéctica entre estas “arquitecturas emergentes” y su entorno contribuiremos a la configuración de un paisaje de calidad, que simbolice el impulso de una sociedad dispuesta a asumir el reto de conciliar desarrollo y ecología.